6 Leyendas y Mitos sobre Uribante

 

LEYENDAS DEL TACHIRA

El Uribante, región cargada de historia y naturaleza exuberante, no solo es conocido por sus montañas, ríos y carreteras antiguas… también es un lugar donde el misterio se mezcla con la tradición oral, y donde las leyendas parecen cobrar vida al caer la noche.

Entre sus caminos, iglesias y potreros, se cuentan historias que han pasado de generación en generación: apariciones de espíritus, tesoros escondidos, fenómenos sobrenaturales y almas que nunca descansan.

En este recorrido, te invitamos a descubrir seis leyendas y mitos del Uribante, relatos que combinan miedo, fascinación y cultura local, y que siguen inspirando respeto y asombro en quienes se atreven a escucharlos.

Prepárate para conocer historias de toros de fuego, niños que aparecen y desaparecen, sacerdotes y tesoros ocultos, y mucho más…
Porque en el Uribante, la realidad y lo sobrenatural a veces se cruzan en la misma carretera.

Leyendas del tachira


La Misa de Media Noche

Nos remontamos al año 1920, cuando los chácaros se alzaron contra la dictadura del general Gómez.
Cuentan que el sacerdote de la Iglesia Matriz, hoy Iglesia de San Antonio, guardaba un dinero reunido con limosnas durante años. Ante la inminente invasión de las tropas de Eustoquio Gómez, decidió enterrar el tesoro dentro del templo, sin revelar jamás el lugar…

Antes de marcharse, maldijo a los invasores y dejó un oscuro pacto: Quien deseara rescatar el dinero, debería servir de monaguillo en una Misa de Difuntos, un viernes de Cuaresma, a medianoche, sin mirar jamás el rostro del sacerdote que celebrara la ceremonia.

Pasaron los años… Hasta que un joven sacerdote, movido por la fe y el deseo de reconstruir el templo, decidió cumplir el ritual. Llegó al altar poco antes de la medianoche, preparó los ornamentos y esperó…
Cuando el reloj marcó las doce, una melodía suave llenó la iglesia, y un anciano sacerdote, vestido con túnicas negras, apareció frente al altar.

Comenzó la misa.
El joven repetía las oraciones en latín, sin atreverse a mirar. Pero justo antes de la Consagración, una matraca resonó en la oscuridad… El escalofrío fue tan fuerte que no pudo resistir: levantó la vista

Frente a él no había un rostro humano, sino una calavera que lo observaba en silencio.

Aterrorizado, el sacerdote salió corriendo, mientras el templo temblaba y las campanas sonaban sin manos que las tocaran. Desde entonces, nadie ha vuelto a intentar rescatar el tesoro.

Dicen que, en las noches de Cuaresma, si te acercas a la iglesia…
aún se escucha el eco de una misa que jamás terminó.

Reseña de Lolita Robles de Mora.

LEYENDAS DEL TACHIRA


La Carretera a la Represa Uribante Caparo

Durante la construcción de la carretera que une San Joaquín de Navay con la represa Uribante–Caparo, tres vigilantes eran los encargados de cuidar la maquinaria por las noches. Cada uno, de vez en cuando, salía con una lámpara de gasolina para revisar el lugar…

Una madrugada, el silencio fue roto por aullidos lejanos, profundos, estremecedores.
Uno de los hombres se levantó sobresaltado y gritó:
—¡Despierten rápido!... ¡Ahí viene!

Los aullidos se acercaban cada vez más, y cuando alumbraron hacia la oscuridad, lo vieron:
un perro negro, enorme, con los ojos encendidos como brasas y una hilera de dientes que brillaba con cada gruñido.

—Grrrr… Grrrr… Grrrr…

Aterrados, los tres hombres retrocedieron entre tropezones, empujando una gran piedra que rodó montaña abajo… El estruendo fue tan fuerte, que el animal quedó aplastado bajo su peso.

Cuando todo se calmó, se acercaron temblando: bajo la roca estaba el perro, cubierto de una mancha de sangre oscura.

Pero al amanecer, cuando fueron a mostrar lo sucedido… la piedra, el perro y hasta la sangrehabían desaparecido.

Desde entonces, los conductores que transitan por esa vía aseguran ver, en las noches sin luna,
un perro negro que aparece entre las sombras del camino…

Dicen que no es un animal, sino el mismo diablo, vagando por la carretera de Uribante–Caparo.

Reseña de Lolita Robles de Mora.

LEYENDAS DEL TACHIRA


El Hombre de los Potreros

En los Potreros de la aldea Rubio, cuentan que, en las noches silenciosas, aparece un hombre misterioso, con una vasija de barro en la mano. Camina hacia un viejo árbol de guamo, y siempre regresa sin la vasija, custodiando un chorote lleno de morocotas de oro enterrado bajo sus raíces.

Se dice que quien quiera apoderarse del tesoro, debe cargar al hombre desde el muro hasta el guamo sobre los hombros, sin dejarlo caer, para ganarse su recompensa.

Hace muchos años, un joven catire, alto y fuerte, decidió enfrentar el misterio. Con ansias de riqueza, gritó:
—Aquí estoy, dispuesto a cargarte, hombre del muro… ¡Dame las riquezas del guamo!

Desde la oscuridad, una voz de ultratumba respondió:
—Acércate más al muro… Estoy dispuesto… pero cuídate, para que no te arrepientas.

El joven se acercó, y entre las sombras vio a un hombre delgado, vestido de negro, con un sombrero que le cubría el rostro.
—Ven —dijo la figura—, agáchate, me subiré a tu espalda.

Sin miedo, el muchacho se inclinó… pero en cuanto lo hizo, sintió sobre sus hombros un peso insoportable. Comenzó a caminar hacia el árbol, cada paso era más lento, la distancia, cada vez más larga… El aire se volvió espeso, y el silencio… abrumador.

Al fin, llegó al pie del guamo, se agachó para soltar la carga… pero los brazos del hombre lo sujetaban con fuerza. Giró la cabeza para reclamar su pago…

Y lo que vio lo dejó sin aliento: ya no había un hombre sobre él, sino un enorme toro negro,
con los ojos brillando como fuego y unos cuernos largos y encorvados que casi tocaban el suelo.

El joven gritó y salió corriendo, dejando atrás el pacto, el tesoro y su propio destino.

Desde entonces, nadie ha vuelto a intentar cargar al hombre del muro. Dicen que en los potreros aún se escuchan pasos, y el sonido del toro respirando entre la niebla.

Reseña de Lolita Robles de Mora.

LEYENDAS DEL TACHIRA


Lo Llaman el Niño de Pregonero

Amanecía… El sol apenas rozaba los árboles y los matorrales, que brillaban con destellos dorados bajo la neblina de la mañana. Roberto sonrió y pensó:
“Todos los lunes me pasa lo mismo… siempre me detengo a contemplar el paisaje.”

Al pasar por La Fundación, vio a la orilla de la carretera a un niño de unos siete años, de alpargatas negras, pantalón de drill y suéter gris. El pequeño levantaba la mano, pidiendo que se detuviera.

—¡Buenos días, muchacho! ¿Deseas algo? —preguntó Roberto.
—¡Buenos días, señor! ¿Podría llevarme hasta la Represa? —respondió el niño.

Roberto asintió y le sonrió:
—Sube… ¿Cómo te llamas?
—Benjamín, para servirle —contestó con educación.

Roberto admiró su cortesía y estrechó su mano:
—Yo soy Roberto.
—Mucho gusto, señor Roberto —dijo el niño.

Durante el trayecto conversaron con naturalidad, hasta que el pequeño señaló una curva y dijo:
—Me quedo aquí, delante del potrero. Muchas gracias.

Benjamín bajó del vehículo, pero cuando Roberto miró por el retrovisor… el niño había desaparecido.

Pasaron los días, y una tarde, mientras regresaba de Pregonero, Roberto volvió a verlo: el mismo niño, el mismo suéter gris, otra vez levantando la mano al borde del camino.

—¡Benjamín! —exclamó sorprendido.
El niño sonrió y subió al carro. Conversaron todo el camino; sus ocurrencias llenaban el viaje de risas.

Antes de llegar al pueblo, el pequeño dijo con ternura:
—Me quedo por aquí, señor Roberto. Dios le pague.

Corrió detrás de una pequeña casa… y volvió a desaparecer.

Semanas después, mientras Roberto contaba la historia entre amigos, notó que todos lo observaban en silencio.
—¿Lo conocen? —preguntó inquieto.
Uno de ellos respondió con voz baja:
—Sí, Roberto… Benjamín murió atropellado hace años,
justo donde tú lo dejaste la primera vez.

Desde entonces, muchos lo han visto: a veces pide un aventón desde la Represa, otras veces, a la salida de Pregonero… Siempre sonríe, siempre agradece… y siempre desaparece antes de llegar a La Fundación.

Dicen que en las madrugadas, cuando el sol apenas asoma entre la neblina, aún se ve al Niño de la Represa, esperando que alguien más lo lleve a casa.

Reseña de Lolita Robles de Mora.

LEYENDAS DEL TACHIRA


La Curva de la Muerte

En la antigua carretera que conduce hacia San Cristóbal por Pernía, hay un tramo que pocos se atreven a cruzar de noche. Los lugareños la llaman “La Curva de las Escaleras”, o, como algunos dicen en voz baja… la Curva de la Muerte.

Cuentan que allí, en las madrugadas sin luna, las almas en pena vagan entre la neblina, y muchos conductores han perdido el control del volante tras ver a una mujer sin rostro aparecer en medio del camino.

Aquella noche, Ernesto y Mariela volvían tarde a casa. Habían estado en una reunión en el pueblo y, riendo, decidieron tomar la carretera vieja, aunque sabían lo que se contaba de ese lugar.

A mitad del trayecto, los grillos dejaron de cantar, y solo se escuchaba el viento silbando entre los árboles.

La luna iluminaba la curva con un brillo frío, cuando un sollozo rompió el silencio. Luego, pasos lentos… detrás del carro.

Ernesto detuvo el motor. Un escalofrío recorrió el aire. Mariela susurró:
—¿Escuchaste eso?

Antes de poder responder, una voz femenina surgió de la oscuridad, temblorosa y cercana:
—¿Dónde está mi padre…?

Una mano helada tiró del abrigo de Ernesto. Ambos giraron, y frente a ellos estaba una mujer vestida de blanco, de encaje antiguo, con un velo que ocultaba su rostro.

Su piel era pálida como la cera, sus ojos vacíos.
—¡Sáquenme… del callejón de la curva… de las escaleras! —gritó.

El aire se volvió denso. Las luces del carro parpadearon. Y sin pensarlo, Ernesto aceleró, mientras el grito de la mujer se perdía entre los árboles.

Al día siguiente, contaron lo sucedido, pero nadie les creyó… Hasta que otro conductor, días después,
aseguró haber visto a la misma figura en el mismo lugar.

Desde entonces, los pobladores dicen que, si pasas por la Curva de las Escaleras a medianoche, debes mantener la vista al frente y no detenerte nunca, porque ella sigue ahí… esperando que alguien la saque del lugar donde quedó atrapada entre los vivos y los muertos.

Reseña de Miguel Ángel Contreras adaptado.

LEYENDAS DEL TACHIRA


No Pases por el Camino Real

Cuentan los más viejos del pueblo… que hace muchos años, cuando aún existía el camino real que unía Potosí con El Cedral, detrás de la iglesia San Isidro Labrador, nadie se atrevía a cruzarlo después de las siete de la noche.

Era un tramo cubierto de monte espeso, donde el silencio pesaba más que el aire.Los viajeros decían que allí se aparecía el mismísimo diablo. Una noche, don Bernardo Pérez, un hombre valiente y terco, decidió ignorar las advertencias. Montó su caballo y tomó el sendero, mientras el sol se escondía detrás de los cerros.

Apenas cayó la oscuridad, el viento sopló entre los árboles y el caballo comenzó a inquietarse. De pronto, un bramido profundo retumbó entre los matorrales. Del monte salió un toro enorme, con los ojos rojos como el fuego, botando llamas por los cachos y por la boca.

Bernardo quiso huir, pero el animal lo seguía, bufando, dejando un rastro de humo y brasas sobre el camino. Dicen que otros viajeros lo han visto también, y que a veces el diablo no toma forma de toro, sino de un perro negro, siguiendo a quienes se atreven a cruzar el lugar prohibido.

Por eso, los antiguos aconsejaban: si debes pasar por el camino después del anochecer,
lleva agua bendita… o velas, para protegerte del mal que ronda en esas sombras.

Y si ves que el monte se ilumina solo… no mires atrás.

Reseña de Flor Jaimes.

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1 comentario
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Anónimo 31 de octubre de 2025, 9:09 p.m.
Excelente publicación felicitaciones por describir y dar a conocer nuestra historia
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